Monday, 07 April 2025 10:29

Almacenera de Ebetogue cuenta sus experiencias

Linda Klassen, almacenera de Ebetogue Linda Klassen, almacenera de Ebetogue

Enfocado en lo que es bueno

Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús.
Filipenses 1:6 (NVI)

Mi esposo Ronald y yo, Linda, fuimos formados desde pequeños por nuestros padres y también abuelos para aprender a apreciar a los pueblos originarios del Chaco. Ya sea en el tambo, en la ganadería, en la agricultura (en la familia de Ronald), en el gran patio de mi familia en Filadelfia o en la construcción, en la que trabajaba mi padre: dependíamos de la colaboración de los indígenas.

Pero ahora queremos contarles sobre nuestro trabajo en Ebetogué. A pesar de tener experiencia con los pueblos originarios, incluso 30 años en nuestra propia granja en Ribera, donde a menudo contratábamos hasta 120 indígenas para desmalezar y cosechar sésamo, ahora estamos viviendo una experiencia completamente nueva. Ronald conocía el trabajo con el pueblo Ayoreo desde su niñez y juventud en la aldea N°10 en la Colonia Fernheim, pero ahora es diferente, ahora estamos en su tierra, en su aldea, y vivimos con ellos. Pensamos que teníamos mucha experiencia, pero fue totalmente distinto a lo esperado. Al principio fue difícil entenderlos, aconsejarlos o, en mi caso, trabajar tan de cerca con ellos en el almacén y además involucrarme en su vida cotidiana. Ronald encontró pronto una forma de comunicarse con ellos, ya que tenía experiencia trabajando con ganado y en la estancia. Para él, el trabajo con el carbón —recogerla, pesarlo y empacarlo— era algo nuevo, pero se adaptó rápidamente y también pronto formó una buena relación con el líder Basiú. Yo pensaba que conocía bien mi área, es decir, la administración del almacén. Como joven había trabajado muchos años en un almacén, pero de pronto aquí era responsable de todo tipo de cosas.

Aquí un resumen de nuestras experiencias:

Lo primero es que muchos enfermos vienen al almacén. Como los del pueblo Ayoreo en su mayoría no cuentan con un seguro médico, tienen que comprar sus medicamentos por su cuenta, así que muy pronto aprendí a tener todo tipo de medicamentos disponibles en el almacén y vendérselos lo más barato posible. A menudo, cuando no sé cómo seguir, llamo a la farmacia y me ayudan por teléfono.

Lo segundo son los niños, hay una necesidad increíble entre ellos: muchos son criados por sus abuelos o familiares, porque sus madres trabajan en Filadelfia o Loma Plata (aquí en Ebetogué hablan de “callejeras”). Estos niños están casi siempre muy sucios y reciben poca comida. Cuando llegamos a la comunidad, corren hacia nosotros y quieren ayudar a descargar la mercadería. Se quedan casi todo el tiempo cerca del almacén mientras yo estoy ahí. Normalmente les doy bananas o yogur, a veces también pan con fiambre. Cuando están enfermos, intento ayudarles con medicamentos. En los ojos de estos niños hay mucho sufrimiento y tristeza, son niños rechazados que no saben a dónde pertenecen. Por eso intento darles algo de amor, tiempo y, naturalmente, algo para comer.

Lo tercero son las mujeres: especialmente a las “ancianas” les he tomado un gran aprecio. En los últimos años han fallecido 12 adultos mayores del pueblo Ayoreo de Ebetogue, con todos ellos tuve alguna experiencia y guardo recuerdos muy lindos, por eso es muy difícil cuando mueren. Estuve presente en algunos entierros, y visito a cada familia donde alguien ha fallecido, porque fue precisamente la generación mayor la que me dio una bienvenida tan cálida en Ebetogué. Por ejemplo, en junio de 2022, es decir, en nuestro primer año en Ebetogué, me enfermé gravemente. Tenía una hemorragia interna en el abdomen y me realizaron una operación de urgencia, fue una situación muy crítica. Ronald se iba sólo a Ebetogué durante tres semanas y les contó sobre mi situación, ellos le encargaron que me saludara y dijeron que oraban mucho por mí. Incluso realizaron reuniones de oración en la iglesia por mí. ¡A Dios la gloria! Cuando regresé a Ebetogué tres semanas después, un lunes, más de 30 mujeres me esperaban en el almacén y me abrazaban, y una y otra vez repetían las frases: “Dios es grande” y “Sabíamos que Dios te sanaría”. Me conmovió hasta las lágrimas, nunca había vivido algo así y esta experiencia nos unió profundamente. El amor que experimenté ahí, intento devolvérselo, o sea, no todas mis experiencias con ellos han sido buenas, pero muchas más han sido positivas que negativas, y estoy profundamente agradecida a Dios de que justamente nosotros, Ronald y yo, hayamos llegado al pueblo Ayoreo en Ebetogué.

En 2020 oramos intensamente a Dios pidiéndole que nos mostrara dónde podíamos servir. Le dijimos: “Aquí estamos, por todo el bien que nos has hecho como familia, queremos servirte.” Unas semanas después, Heinrich Dyck de recursos humanos de la ASCIM nos llamó y nos preguntó si estaríamos dispuestos a servir en una comunidad indígena. Así fue como Dios nos condujo hasta Ebetogué, ¡y hemos sido abundantemente bendecidos!

Ronald y Linda Klassen

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